Todo, absolutamente todo debería ser dicho hasta que, un buen día, quizá nos encojamos de hombros y, mirándonos de reojo, nos demos cuenta de que ya no queda nada más por decir. Pero eso es sólo una fase, un charco que hay que cruzar. Y siempre hacia adelante: sigamos entonces diciendo cosas. Contra viento y marea. Contra todo y contra todos. Porque nos da la puta gana. Porque podemos decirlas. Porque tenemos ojos, lengua y piel. Porque, en el momento en que dejemos de decirlas, también dejaremos de existir.
Porque siempre acaba mereciendo la pena.
Por probar...
Eso es: probemos a decir todo lo posible.
Y a ver qué pasa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario