A veces, cuando aparecen por aquí vuestras caras sonrientes, trato de imaginarme por un segundo cómo serán vuestras vidas, los pequeños dramas a la hora del café con tostadas, esas frágiles revelaciones cotidianas cuando estáis sentados en el retrete, el modo en que las olvidáis cuando tiráis de la cadena, el encabezamiento de vuestro curriculum vitae, los esfuerzos -sabe Dios que os esforzáis- por ser proactivos, por integraros en un mundo laboral dinámico y competitivo, vuestro andar resuelto, vuestro caer en el sofá y comer techo, vuestro ritual autodestructivo de las once menos cuarto, vuestros dedos entre canción y canción, intentándolo; vuestros fracasos, vuestras matrículas cum laude, vuestros ojos cerrados cuando sopláis las velitas de cumpleaños, la sutileza que empleáis cuando preguntáis a vuestros allegados si aún conservan el ticket-devolución de esa lámpara, esas obras completas de Antonio Gala, esa sonrisa social, esa estrategia precisa, ese caminar por el mundo sin que se noten demasiado las heridas, que al fin y al cabo la vida es eso, heridas; y nuestra muy privada forma de lamerlas.
Así, así os imagino muchas veces: lamiendo vuestras heridas.
También es cierto que luego me bajo a por un kebab y se me pasa.
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