Ahora toca existir un día sí, un día no, y así sucesivamente.

sábado, 25 de octubre de 2014

Aceptar con serenidad


    La otra mañana removiendo papeles, encontré una foto de mi madre muy deteriorada. Por un momento, tuve la sensación de que el tiempo se detenía.

La miré como el que encuentra un tesoro.

La cogí con mucho cuidado, como para que no se rompiera.

Y bueno, al final, el que se rompió fui yo.

   No sé, pasa el tiempo y lo cierto es que casi todo me sigue haciendo daño. Un comentario a destiempo, un gesto de reprobación, una mirada de indiferencia. Los recuerdos de tus seres queridos y que nunca más volverás a ver…

   El procedimiento tampoco ha cambiado demasiado: una punzada en el estómago y la sensación que mi cuerpo se torna más y más pesado, consciente de que tendrá que emprender su retirada con toda mi fragilidad a cuestas.

   Sé que nada es para siempre, sé que al final, de una manera u otra, todo el mundo se larga, y eso me produce mucha tristeza.
    Lo cierto es que no consigo -y en esto me engañaron: dijeron que sucedería con los años- aceptar con serenidad ni las pérdidas de los tuyos ni las críticas. Ni las negativas. Ni la frustración. Ni el desengaño. Me entrego desesperadamente a la contemplación de cualquier otra cosa que no sean los ojos de mi interlocutor cuando éste mira con demasiada insistencia los míos. Me pongo el jersey antes de que llegue el otoño, espero pacientemente a que me quieran antes de empezar a dar, lloro con los spots de televisión, joder, tíos, tengo 49 años y sigo llorando con todos los puñeteros anuncios en los que sale gente recibiendo cartas o niños paseando con sus abuelos por el campo.

En definitiva: creo que nunca aprenderé a ser fuerte.

Duele reconocerlo, la verdad.

Y también me alegra un poquito.

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