Y así es cómo construimos una perfecta e idealizada imagen mental de alguien. De alguien que no existe, claro. Pero lo más increíble de todo es que, si la fascinación es mutua, ese alguien también elabora su propia y maravillosa representación mental de ti, felizmente alejada del tipo que en ese mismo instante escribe mientras devora los restos de doritos que se le han colado en el teclado.
Y de este modo, llegamos a la siguiente situación, tan común en nuestros días: personas que no existen que se enamoran de otras personas que tampoco existen.
Pero enamoradas, al fin y al cabo.
No sé, puede que el futuro fuera esto.
Y no los aeropatines.
Vivir en la mente de otras personas, tener tantas vidas como personas se aventuren a imaginarte, siempre sigilosos, felizmente ignorantes, evocándonos a cada palabra con cariño, deseo e infinita benevolencia.
En fin: que le follen a los aeropatines.
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